viernes, 29 de abril de 2011

Jorge Bucay






Si puedo confiar en que más adelante, a la vuelta de la esquina, aparecerá el que me
pueda aceptar, amar y desear tal como soy, nada es dramático.
Hace treinta años que trabajo en salud mental, y durante todo este tiempo he descubierto
muchas cosas increíbles. Pero la más increíble de todas es que hay gente para todo.
Hay gente a la que le gustan las personas con dinero, sin dinero, tarada, alcohólica, los
que hablan tonterías, los que no hablan, los graciosos, los sobrios, los charlatanes, los
instruidos, los cultos, los brutos... Hay mujeres a las que les gustan los gordos, los
flacos, los feos, los altos, los chaparros... Hay hombres para las gorditas, para las
austeras, para las enérgicas, para las bobas, para las gastadoras, para las ahorradoras,
para las sensuales, y con un poco de suerte, hasta para las inteligentes.
¡Hay para todo!
Así que lo único que hay que tener es... ¡paciencia para buscar!
Y si de esos que busco, los que me aceptan así, no encuentro uno ni una en toda la
ciudad... ¡habrá que empezar a viajar!
En algún lugar está (ella o él) alguien a quien le encanta que yo sea como soy.
Sabiendo que hay alguien en el mundo a quien le encanto así, por qué voy a
conformarme con otro (otra) que me dice en qué tengo que cambiar.
Por qué avalar esa estúpida inclinación que todos tenemos, de casarnos con alguien
pensando: "Ahora es así, pero cuando esté conmigo va a cambiar...".
Creo que no hay mujer que no se case con esa fantasía (y pido disculpas si estoy
generalizando injustamente).
Y lo peor de todo es que ellas no se equivocan... los hombres siempre cambiamos.
¡Nos volvemos peores!
Porque, con el paso del tiempo, uno siempre se vuelve peor.
Las virtudes van amainando o no, pero los defectos florecen y se agrandan...
Y si eras increíblemente sociable, después te vuelves un charlatán. Y si eras muy
gracioso, te vuelves un payaso insoportable.
Y si eras un tipo seductor, te vuelves un viejo verde que persigue a las enfermeras en el
sanatorio.
Los rasgos se van exagerando, se acentúan cada vez más. Porque uno se va rigidizando
con el paso del tiempo —no en todo, lamentablemente-— y se vuelve casi siempre una
caricatura de sí mismo.
Así que pensar el otro va a cambiar, en verdad, no funciona.
Entonces sería mejor, desde el principio, pensar en estar al lado de otro que me gusta
tal como es.
Puedo entender que el otro mejore, seguramente. ¡Pero no por mí! ¡No para gustarme a
mí!
Si el otro no me gusta como es ahora, entonces simplemente no me gusta.
No puede ser que lo que más me guste sea "lo que yo potencialmente veo en él".
Imaginen sí mi esposa Perla hace treinta años se hubiera enamorado del flaco que
potencialmente veía en mí...
¡Pobre, nunca en su vida habría llegado a estar con el hombre de quien se enamoró!
No nos enamoramos del potencial del otro, sino de lo
que el otro verdaderamente es. Y mientras estemos juntos,
alentémoslo para que lo deje salir cada vez más.

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