lunes, 2 de mayo de 2011

El sacerdote y el taxista

Había una vez, en un pueblo, dos hombres que se llamaban Joaquín González. Uno era
sacerdote de la parroquia y el otro era taxista. Quiere el destino que los dos mueran el
mismo día. Entonces llegan al cielo, donde los espera san Pedro.
-¿Tu nombre? —pregunta san Pedro al primero.
-Joaquín González.
-¿El sacerdote?
-No, no, el taxista.
San Pedro consulta su planilla y dice:
-Bien, te has ganado el paraíso. Te corresponden estas túnicas labradas con hilos de oro
y esta vara de platino con incrustaciones de rubíes. Puedes ingresar...
-Gracias. Gracias... —dice el taxista.
Pasan dos o tres personas más, hasta que le toca el turno al otro.
-¿Tu nombre?
Joaquín González.
-El sacerdote...
-Sí.
-Muy bien, hijo mío. Te has ganado el paraíso. Te corresponde esta bata de lino y esta
vara de roble con incrustaciones de granito.
El sacerdote dice:
-Perdón, no es por desmerecer, pero... debe haber un error. ¡Yo soy Joaquín González,
el sacerdote!
-Sí, hijo mío, te has ganado el paraíso, te corresponde la bata de lino...
-¡No, no puede ser! Yo conozco al otro señor, era un taxista, vivía en mi pueblo, ¡era un
desastre como taxista! Se subía a las veredas, chocaba todos los días, una vez se estrelló
contra una casa, manejaba muy mal, tiraba los postes de alumbrado, se llevaba todo por
delante...Y yo me pasé setenta y cinco años de mi vida predicando todos los domingos
en la parroquia, ¿cómo puede ser que a él le den la túnica con hilos de oro y la vara de
platino y a mí esto? ¡Debe haber un error!
-No, no es ningún error —dice san Pedro. Lo que pasa es que aquí, en el cielo, nosotros
nos hemos acostumbrado a hacer evaluaciones como las que hacen ustedes en la vida
terrenal.
-¿Cómo? No entiendo...
-Claro... ahora nos manejamos por resultados... Mira, te lo voy a explicar en tu caso y lo
entenderás enseguida. Durante los últimos veinticinco años, cada vez que tú predicabas,
la gente dormía; pero cada vez que él manejaba, la gente rezaba.
¡Resultados! ¿Entiendes ahora?

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